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Cuentos para leer en familia

El viejito que se robó la luna

Un día, frente a la placita de mi casa vi a un señor de barba blanca, petiso y panzón que miraba el cielo y anotaba algo en un papel. Me acerqué para saber qué hacía.

- Me llamo Buoner. Soy profesor - me dijo, mientras escribía.
- Yo me llamo Walter,  ¿Por qué mira el cielo, profesor?
- Porque soy astrólogo. Estudio la posición de las estrellas, pero mi especialidad es la Luna- susurró con un tono misterioso, mientras miraba una luna casi transparente a esa hora del día.
- ¿Me deja mirar el cielo  con usted ?- le pregunté.

El profesor se rió y me dijo que por supuesto. Como no decía más nada, me quedé callado un ratito. Pero después no pude con mi genio.

- Y ¿Qué pasa con la Luna?
- ¿Qué Luna? - exclamó distraído.
- Luna hay una sola.
- No te creas- me contestó, sumergido en sus anotaciones.

Antes de irse, enrolló el papel, guardó la lapicera y se despidió con una sonrisa. Era el mes de abril. La planta de moras se iba quedando sin hojas frente a la puerta de casa. Yo siempre miraba a la plaza para ver si aparecía el viejito. Al fin un día volvió, con unos pantalones azules, como los que usan los jardineros.

- Hola, Walter.

¡Se acordaba mi nombre! Eso me hizo sentir con derecho a hacerle todas las preguntas que se me ocurrieran. El profesor tuvo mucha paciencia y me habló de un invento que él quería probar esa noche.

- Esta noche voy a robarme la Luna
- ¡ Nadie puede robarse la Luna!- repliqué.

El viejito estaba loco, pero era divertido.
- Esta noche a las diez, te espero al lado del charco que hay en la canchita de fútbol. Si venís, serás el único testigo.

Pasé el resto del día armando y desarmando planes para salir  de casa a semejante hora. Mamá no iba a dejarme salir solo, menos papá. A último momento se me ocurrió una idea.

- Mami, te olvidaste de sacar la basura.
- Ay, qué cabeza la mía!. ¿ No me harías el favor de sacarla ?

Papá estaba en su cuarto mirando televisión. Feliz de la vida, salí a la vereda, dejé la bolsa pegada al tronco de la morera y crucé hasta la plaza.

El viejito tenía un aspecto ceremonioso.
- Muy bien, has sido puntual, Walter.

Sobre el pasto, vi dos espejos raros, de   marcos gruesos y pesados. Buoner tomó uno de los espejos y lo empujó bajo el agua del charco. La luna se reflejaba en el agua y en el espejo. El agua se estremeció, como si tuviera frío.

- Ahora viene el momento más importante- dijo.

Y encima del espejo sumergido puso el otro, pero con el vidrio hacia abajo, de tal forma que desapareció el reflejo de la luna.
 Noté que había oscurecido de pronto. Miré hacia arriba y la hermosa luna llena  del cielo, era apenas un manchón negro. Me asusté tanto que dejé al profesor Buoner hablando solo.

 - No te asustes, luego vendrá otra. ¡ No es cierto que hay una sola! Cada día la Luna es distinta.

 Crucé la calle, entré a casa, iba a gritar, pero entonces recordé que podían retarme por hablar con un desconocido a las diez de la noche. “Ya se darán cuenta”, pensé. Enseguida vino papá diciendo que se estaba produciendo el último eclipse lunar del siglo, que la luna había desaparecido oculta por la sombra de la Tierra. Me callé la boca, me mordí la lengua. No quería discutir con papá. ¡El profesor Buoner se había robado la Luna, má que eclipse ni eclipse!

  Sin embargo, a la noche siguiente la Luna apareció de lo más campante por el cielo. No sabía si creer en la teoría del eclipse, o si el viejito había liberado a la Luna, o si era una Luna de reemplazo. A veces creo más en el viejito, a veces en mi papá.

                                              Franco Vaccarini

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La consigna del emperador Tito

El emperador Tito, uno de los emperadores romanos más sensatos, sólia repetir una consigna que él cumplía y sugería a otros.

"No pasar ningún día sin haber hecho algo positivo".

Algo positivo para ser mejor persona. Para ayudar a alguien. Para cumplir mejor un compromiso, una responsabilidad. Algo positivo para ser un buen joven, una buena muchacha. Algo positivo para hacer felices a quienes te dieron la vida e intentan formarte ...a tus amigos ...a los que viven o trabajan a tu lado ...a los que necesitan ayuda. Algo positivo que brindar a los que se brindan para tu educación. Algo positivo para ser un buen amigo de Cristo. Para parecerte un poco más a El, por tu manera de vivir, por tu manera de amar, de perdonar, de dirvertirte, de trabajar en lo que te corresponde...

No pasar ningún día sin haber hecho algo positivo.

A menudo vivimos tan sumergidos en el ritmo de las actividades diarias, que ni advertimos cómo se nos escapa el tiempo, ausentes de nosotros mismos y de la responsabilidad de crecer.

Qué bueno sería si todos pudiéramos decir como Tito, y que nunca pasara un sólo día sin haber hecho algo para ser mejores!

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El coraje de ser responsable

La situación de Marcelo había llegado a tal deterioro en el colegio, que se pensó seriamente en la necesidad de su pase a otro instituto. Se habían hecho muchísimos intentos para motivarlo a cambiar su conducta y comenzar a estudiar seriamente. Todo era inútil. Parecía imposible llegar a ese reducto interior donde se deciden los cambios importantes.
...Sin embargo, un día bastante posterior, su rector lo llamaba con profunda alegría de su parte, para preguntarle "cuándo se había sentido mejor: si antes con su abandono y su negligencia o ahora con su nueva actitud de convivencia y dedicación al estudio". Y la respuesta de Marecelo, con una sonrisa en el rostro, no pudo ser otra: "¡Ahora! La verdad es que no entiendo cómo no me daba cuenta antes".

A menudo no nos detenemos a mirarnos a nosotros mismos, en serio, porque tenemos un vago sentimiento de temor. Como el temor de encontrarnos con aspectos desagradables o tener que cambiar actitudes y hábitos que nos parecen insuperables. O que significarían un enorme sacrificio de nuestra parte. O porque tenemos miedo de encontrarnos más malos de lo que creemos tolerable. O como los únicos que tienen tales defectos o problemas o cometen tales faltas...
Y nos creamos el fantasma a nuestras espaldas!

Sin embargo, cuando nos serenamos y nos animamos a mirarnos por dentro, ese gesto inicial de valentía y coraje nos va devolviendo poco a poco la paz interior y la alegría.
Cuántas veces excalamamos, después de hacerlo: "¡Ahora me siento mejor! ¡No sé cómo no me daba cuenta antes!"

Y es así. La verdad nos libera de la esclavitud de nuestras debilidades y de nuestros defectos y pequeñeces. Que es la peor de las esclavitudes.

El problema reside en detenernos para ese acto de coraje.

El coraje de hacernos responsables de nosotros mismos.


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La leyenda del país de los fantasmas

Cuenta la leyenda que en el país de los fantasmas, los hombres tienen espaldas solamente. Y por eso nunca pueden contemplar de frente a sus propios fantasmas. Porque siempre van a sus espaldas.
¡Y por eso existen!
Porque si pudieran llegar a mirarlos de frente, en ese momento dejarían de existir.
¡Estos mueren bajo el poder de la mirada!

Todas las realidades que tenemos miedo de mirar de frente, se nos van convirtiendo en fantasmas. Que se acomodan a nuestras espaldas y nos meten miedo. Y nos persiguen en pesadillas, dormidos o despiertos.

No hay como mirar a las realidades de la vida, de frente.
De lo contrario las agrandamos con el poder que les atribuímos, y nos tiranizan.

Jesús dice en el Evangelio: "La verdad nos hará libres".

Mirar las cosas, las realidades de la vida, de frente.
Haríamos bien en preguntarnos, de vez en cuando, cuántas cosas de nosotros mismos no nos hemos decidido, aún, resolver...

Para no vivir con nuestros fantasmas a cuestas.


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